¿CUÁNDO ACUDIR AL PSICÓLOGO?




Ir al psicólogo para intentar solucionar un problema no significa que ya siempre debas acudir a su consulta, ni que estés "loco", estos son dos tabúes muy implantados que no tienen fundamento serio.
El psicólogo no es un brujo, no es tarotista ni clarividente, sino simplemente un especialista en salud mental que actúa como asesor y acompañante y que intentará ayudarnos a que consigamos (siempre por nosotros mismos y desde nosotros mismos) las deseadas seguridad y estabilidad, propiciando un mejor discernimiento en la búsqueda de soluciones y potenciando nuestra autoestima.

Para saber si es necesaria la ayuda psicológica es muy útil e importante observar si hay ciertos síntomas asociados, como por ejemplo ansiedad, pérdida o aumento de apetito, inquietud excesiva, insomnio o alteraciones del sueño, sensación de tristeza, cansancio inusual, falta de concentración, etc. También es importante que valores si se han producido cambios significativos últimamente en el ambiente familiar, laboral o personal que puedan haber desencadenado en parte tu estado actual.
Debemos acudir al psicólogo cuando detectamos que uno o varios problemas bloquean nuestra vida con sensaciones desagradables, impidiéndonos gozar de sus aspectos positivos o placenteros. Por aquello de creernos autosuficientes, a veces pensamos que seremos capaces de "salir adelante solos", y que lo que necesitamos es, simplemente, serenarnos y darle tiempo al tiempo.

Debemos acudir al psicólogo cuando...

-Sintamos que la tristeza, la apatía y la falta de ilusión empiezan a agobiarnos y a emitirnos el siempre equivocado mensaje de que nuestras vidas carecen de sentido.

-El negro o el gris tiñen frecuentemente nuestros pensamientos y nos vemos incapaces de encontrar algo positivo en nuestras vivencias cotidianas.

-Todo a nuestro alrededor lo percibimos amenazante y nos sentimos solos, incomprendidos o desatendidos.

-Pensamos que la desgracia se ha cebado en nosotros y comenzamos a asumir que todo nos sale mal y que las cosas no van a cambiar.

-Estamos con miedos que nos impiden salir a la calle, relacionarnos con otras personas, permanecer en un sitio cerrado, hablar en público, viajar, etc..

-Cuando el temor o la inseguridad nos impiden desarrollar nuestras habilidades y disfrutar de personas, animales y cosas que nos rodean.

-La obsesión por padecer graves enfermedades o contagiarnos de ellas nos lleva a conductas extrañas y repetitivas, de las que no podemos prescindir sin que su ausencia nos genere ansiedad.

-Nos sentimos "con los nervios rotos" y casi cualquier situación hace que perdamos el control y sólo sepamos responder con agresividad o con un llanto inconsolable.

-Nos damos cuenta de que fumar, beber o consumir cualquier otra droga, apostar..., se ha convertido en una adicción de la que no sabemos salir y que genera perjuicios importantes en nuestra vida o en la que de quienes nos rodean.

-El estrés empieza a mostrarse a través de sus síntomas psicosomáticos: insomnio, problemas digestivos, cardiovasculares, sexuales...

-La ansiedad es una constante diaria, que impide la estabilidad y serenidad necesarias para mantener un pensamiento positivo, una conducta tranquila y el goce de los pequeños placeres cotidianos.

-Los silencios, los desplantes o los gritos sustituyen al diálogo, y los problemas de comunicación enturbian nuestra relación con los demás.

-Las dificultades sexuales afloran y vivimos la angustia que causan la impotencia, la falta de deseo o de sensaciones eróticas y, sobre todo, la imposibilidad de gozo y comunicación con la persona destinataria de nuestro amor.

Fuente: Psicoactiva.com

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